Once personas cuerdas,
sin asesoría de abogado, porque en esas lejanías no los hay, ni los procesados
tenían dinero para pagarlo, rindieron indagatorias por la muerte de un crecido
número de indios Cuibas.
Esas indagatorias
difieren en los nombres de los procesados, su edad y lugar exacto de
nacimiento, pues todos son de la misma región.
Todos confiesan ser
analfabetas y todos signan sus confesiones con sus huellas digitales.
En ellas se narra el
homicidio múltiple –si no fuera porque en la ley penal del país, el genocidio
no es ente jurídico, así se llamaría-, de los indios Cuibas, porque a ellos se
les dio muerte solo por ser indios.
Pero no es el relato de
unos asesinos profesionales ni de personas hebetadas:
Es tan sólo la descripción de una
cacería:
“yo maté tres”,
confiesa uno; “yo cinco” afirma otro; a mí me corresponden dos y medio” dice el
siguiente, porque a una indiecita como de ocho años la matamos entre Segismundo
y yo”.
Aclaran los sindicados
que para matarlos, invitaron a los indios a comer pisillo de venado y que,
cuando comían, a una señal del capataz, salieron de su escondite los vaqueros y
atacaron a los indios con cuchillos y garrotes; que cuando los indios, que son
muy veloces, huyeron, les dispararon con revólveres y escopetas; y que a los
que quedaron heridos los remataron con macetazos; y que, al otro día, amarraron
sus cadáveres, de dos en dos, a las colas de unas mulas, y arrastrándolos, los
alejaron unas cuadras de la casa; que hicieron con ellos una pila y le
prendieron fuego; que éste duró veinticuatro horas y que, una vez incinerados
los cadáveres, los mezclaron con huesos de animales: de cerdos, de perros y
cueros de culebras.
Individual y
unánimemente, como explicación de su conducta, respondieron: “nosotros no sabíamos que matar indios
fuera malo”.
Y como el funcionario instructor,
que no era de la región, les pidiera una explicación, respondieron: “Para
nosotros matar indios es como matar venados, lapas y chigüiros, con la
diferencia de que los venados, las lapas y los chigüiros no nos hacen daño y los indios
sí”.
El daño principal a que
se refieren los indagatoriados, radica en que los indios, que tienen la
convicción de que “la tierra es de todos” y que todo lo que la tierra produce
es de todos, al encontrar, de la noche a la mañana, en la llanura unos grandes
y gordos toros cebúes, muy valiosos, por lo demás, llevados por los ganaderos
como reproductores, los matan y se los comen, con la consiguiente furia de sus
dueños que se vengan dando muerte a los indios.
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