Un lector de “La Rubiera” me ha
documentado y pedido que narre como los indios hicieron la proeza de derrotar y
masacrar al ejército de los Estados Unidos de América. Y, en verdad, si leemos
la historia encontramos que en las guerras en que se han metido, nunca los han
derrotado y menos masacrado y ni pensar que ello haya podido ocurrir en su
propio territorio: fueron sus tropas decisivas para ganar la primera y la
segunda guerras mundiales. El poderío y el genio militar de las tropas de
Hitler no los vencieron; pero si, en las llamadas “Guerras Indias”, su poderoso
ejército, en territorio estadinidense, comandado por un autentico héroe
nacional que, a por su valor y meritos, a los veintitrés años de edad fue
general de los Estados Unidos de América, fue derrotado y masacrado por las
tribus indias del occidente de la Unión Americana.
“El destino histórico”, que llevó a
las trece colonias inglesas y francesas a convertirse en el imperio más poderoso
de la edad contemporánea, las llevó a expandirse: Primero compraron a Napoleón,
la Luisiana, después la Florida a España y luego Alaska a Rusia, pero también
anexaron a Texas, California y Nuevo México, mas de la mitad del territorio
mexicano y los territorios indios necesarios para formar un todo de la costa
del Atlántico a la del Pacifico, entre los cuales cabe mencionar a Montana, Yellowstone
y Dakota. Los indios de América del Norte de entonces, como los de América del
Sur, eran muy pocos y vivían como viven nuestros Cuibas, Guajibos, Guayaberos,
Cuberos, Tucanos etc. Mas o menos nómadas, de modo que los colonos llegados de
allende la mar océano, fácilmente se apoderaron de sus tierras y los redujeron
a lo poco que quiso dejarles el Gobierno de la Unión; pero, así y todo, se
volvieron un obstáculo para la construcción del ferrocarril que uniría las dos
costas: la del Atlántico con la del Pacifico, y para explotar unas minas de oro
que descubrieron “ los blancos” en sus cerros sagrados en Dakota del Sur, en mil
ochocientos setenta y cuatro que, naturalmente quisieron explotar, pese a lo
cual los indios se opusieron alegando ser de ellos el territorio y el derecho a
la vida nómada. El gobierno de la Unión dio un ultimátum a las tribus indígenas
para que desocuparan estas tierras a más tardar el treinta y uno de enero de
mil ochocientos setenta y seis. Los indígenas no hicieron caso y el general
Philip Sheridan, conocido por sus campañas contra los indios y sus brutales
métodos, envió una expedición a combatirlos comandada por el general George
Cook, que debía destruir las fuerzas indígenas del guerrero indio “Caballo
Loco”, en el valle de Yellowstone, pero fracaso en su intento. En mayo de mil
ochocientos setenta y seis, el gobierno envió un nuevo ejército decidido a dar
caza a los indígenas, compuesto por tres columnas: una al mando del general
Cook, otra al mando del coronel Gibbon y otra del general Terry: de esta ultima
hacía parte el 7º Regimiento de Caballería, comandado por el Teniente Coronel George
Armstrong Cuter, un verdadero héroe y genio militar que , a los veintitrés años
de edad fue ascendido a General de los Estados Unidos de América, pero luego
degradado a Capitán, porque la Constitución Nacional no permitía tan
vertiginoso ascenso. Custer, de larga, abundante y cuidada cabellera rubia, a
quien los indios llamaban “Pahuska”, “el de los cabellos largos“, y era muy
conocido de ellos por jactarse de ser un matador de indios, que pensaba como su
jefe el General Sheridan: “el único indio bueno es el indio muerto”, aspirante
con grandes posibilidades a la Presidencia de los Estados Unidos, al frente del
7º Regimiento de Caballería, de doce compañías, con un fusil y un revolver
último modelo cada uno de sus soldados, se enfrentó a los indios comandados por
“Caballo Loco”, el jefe de los Sioux, y al mando de un ejército de siete
tribus, y a los liderados por “Toro Sentado”, el comandante de los Humepapa, la
más belicosa tribu de los Dakota. La batalla se libro junto al rio Little Bighorn,
el veinticinco y veintiséis de junio de mil ochocientos setenta y seis; ambos
bandos decididos al exterminio total del adversario, hasta el extremo que el
altivo Custer, orgulloso de su abundante y larga cabellera rubia hubo de
cortársela a sí mismo en plena batalla, para no ser reconocido por los indios
quienes, al fin lo reconocieron y rodearon, cada uno buscando el honor de matarlo.
El resto de las tropas no pudieron intervenir en la batalla. Del ejército de
los Estados Unidos solo quedo un sobreviviente: el caballo Comanche. El cadáver
de Custer fue recuperado y enterrado, como un héroe americano en West Point;
pero los indios no olvidaron su gran triunfo y el primero de julio de dos mil
tres, lograron que los Estados Unidos erigieran el primer monumento oficial
norteamericano a una victoria india, alzando uno en su honor en el escenario de la mayor
victoria india frente a las tropas estadinidenses. Desde entonces se ha llamado
“Monumento Nacional del Campo de Batalla de Little Bighorn.”
Esos mismos indios Sioux son los que,
en solidaridad con sus hermanos los Cuibas, cuando quienes les dieron muerte
fueron absueltos, desfilaron por las calles de su comarca con pancartas en que
decían: “Los indios no son animales.”
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