Sin dejar de considerar
el impacto psicológico y táctico de los caballos, las armaduras y las armas de
fuego, totalmente desconocidos por los aborígenes; sí pensamos en la magnitud,
en la calidad, en la riqueza y en la organización tanto del mundo de los
aztecas como del de los incas, éste con vías de más de 2.000 kilómetros, que
tenían ciudades dignas de ese nombre por
su magnitud, templos y palacios, que acreditan su calidad de vida y gran
desarrollo; la existencia de monarquías antiguas, con clases gobernantes, sacerdotal
y militar, comparables a las de otros pueblos de la antigüedad, dominadores,
como ellos, de muchos otros pueblos, sorprende que Hernán Cortes, con solo
trescientos hombres y dieciocho caballos y que Francisco Pizarro, también con
pocos hombres y pocos caballos, hayan conquistado y zaqueado los vastos
imperios de los Aztecas y de los Incas y, sobretodo, sorprende que siendo
guerreros ambos pueblos, lo hayan hecho sin librar siquiera batalla que merezca
ese nombre. Pero si pensamos que Moctezuma II, antes de ser Emperador de los
Mexicas, había sido sumo sacerdote y que las profecías tanto del pueblo Inca
como el del pueblo Azteca, hablaban de que vendrían de oriente unos hombres
blancos, barbudos y de pelo claro, que eran los antiguos dioses que al emigrar
habían anunciado que volverían por la ruta de oriente, se entiende que los
recibieron como tales, con amabilidad, respeto y sumisión y cabe recordar la
conclusión de Marx: “La religión es el opio del pueblo.”. A México y al Perú y
mayormente al resto de la “Tierra firme” no los conquistaron las armas de los
españoles ni de las de los alemanes: Lo hicieron las profecías de sus mayores y
sus creencias religiosas.
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