La conquista de América
fue violenta en toda la extensión del continente: lo fue la española, la portuguesa, la francesa, la
británica y la de los pueblos conquistados o colonizados con los que quedaban
por conquistar: es el caso de los pueblos indios de la América del Norte por
los emigrantes de todo el mundo, que de trece pequeñas colonias británicas y
francesas, lograron formar el imperio más poderoso del mundo contemporáneo, con
perros y a bala, hasta la casi total exterminación de la población autóctona.
La
conquista española, que es la que nos interesa, tuvo tres objetivos: la
riqueza, la preeminencia social y la evangelización cristiana. La codicia del
oro bien conocida para el cronista de indias, Díaz del Castillo, es algo obvio
y normal y otros dicen que a la vista o tacto del oro, los conquistadores se
ponían como en trance y deseosos de incrementar su riqueza, lo arrebataban a
quien lo tuviera. Se cuenta que una vez se encontraron un indígena y un español
en el Cuzco y que aquel le preguntó a éste qué comían los españoles y que éste
le respondió: oro y esmeraldas.
El
segundo objetivo era preeminencia social que buscaba escapar de la
subordinación que tenía en la península y adquirir mando y autoridad sobre
otros humanos y reconocimiento de “altos servicios” a la Corona que llevaban a
títulos y honores.
Y
la tercera, la evangelización cristiana a los indios. Los conquistadores
soldados cumplían esa exigencia evangelizadora porque de su cumplimiento
provenían su autoridad y la facultad de explotar a los indígenas; y, por lo
tanto, “no veían” que los indios conversos habían caído en sincretismo
religioso entre su religión y la cristiana, que habían resuelto el problema
religioso, de hondas repercusiones sociales simplemente introduciendo en su
culto un nuevo dios; mas los
conquistadores frailes eran fundamentalistas: exigían conversión rápida y
total, destruían todo lo indígena como obra del demonio y castigaban con
fiereza a aquellos indios que al seguir rindiendo culto a sus antiguos dioses,
los habían engañado y así surgió “la leyenda negra” sobre la conquista.
Pudiéramos decir como Sor Juana Inés sobre otro tema: “sin ver que sois la
ocasión de lo mismo que culpáis.”
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