Si el llano es grande,
la selva no se le va en zaga: Casi podríamos decir que va desde el Océano
Pacífico al Océano Atlántico, pero que realmente es tres veces más grande
porque tiene tres niveles: el del suelo, el de las ramas de los árboles y el de
sus copas, ya que en los tres hay tres formas diferentes de vida. Por ahora,
limitémonos a la zona comprendida entre los cuatro grados de longitud sur y los
cuatro grados de longitud norte, en que está en tierras colombianas. Es una
zona grandiosa, sobrecogedora, es la puerta impenetrable de otro mundo: el
mundo de los matices del verde, sólo del verde oscuro y de la humedad. Es
húmeda, permanentemente húmeda; es el mundo de gigantescos árboles de miles de
años, unidos por las enredaderas o lianas, que se aferran a ellos casi desde
las raíces y en cuyas ramas trepan monos, micos ardillas, serpientes y jaguares
y hacen sus nidos aves de mil especies. Es el mundo de los grandes ríos, de las
ciénagas, de los aguajales, de los saurios, de los reptiles y de los ofidios.
También de los insectos y de los arácnidos… y de los indios. Es la selva el hábitat
de los indios, como el llano, obviamente, el de los llaneros. Llano y selva son
limítrofes en enorme extensión, medida en kilómetros. De la selva se pasa al llano,
como de la zona hidrográfica del Amazonas, el más grande de los ríos que la
atraviesan, a la zona hidrográfica del Orinoco, el más grande de los ríos
llaneros. Así como en el Casiquiare se besan esas dos grandes zonas
hidrográficas, así sus habitantes, que en gran número son nómadas, son
habitantes del llano y de la selva.
Por eso tenemos que
hablar de la selva, como lo hicimos del llano.
El clima es
excesivamente húmedo y caluroso. Todo en ella se sujeta el régimen de la
humedad, humedad sofocante, de bruscos cambios en que frecuentemente, después
de una noche lluviosa, puede venir un día esplendoroso; y a uno reluciente,
seguir otro de permanente lluvia, en que el sol funde las nubes.
En sus ciénagas y pantanos, de aguas
verdosas, bajo engañosa policromía de flores, ocultan sus guaridas las mismas
que desesperan al hombre, y los saurios,, reptiles y peces que lo acaban en
minutos.
Los habitantes humanos
de la selva son ante todo y en su mayor parte indios, pero también aventureros,
algunos hippies, misioneros católicos y protestantes en competencia, muy pocos
científicos, algunos comerciantes demasiado ávidos de dinero y hasta desperados. En la selva el terreno no
vale; pero cuidado: el trabajo esclavo sí, para quien lo impone, y lo impone el
más fuerte. La violencia es el Derecho: el juez, el fiscal, el alcalde, el policía
más cercano puede estar a centenares de kilómetros de distancia y nadie pone
sus manos al fuego por su honestidad. Por eso los indios nacen y mueren
esclavos, por eso a algunos los marcan como al ganado: con hierro candente. La
tierra de la selva no es agrícola, su capa vegetal es minúscula, y si hay
árboles gigantescos, es porque son milenarios; cuando se les tumba no tienen
reemplazo, en el espacio que dejan apenas se pueden obtener una o dos cosechas
de maíz, yuca, plátano o coca, pero nada más. Por tanto en ella el alimento,
contrario a lo que se cree generalmente, es escaso en vegetales y en animales y
como no hay medios de conservación para los animales, la pesca y la caza tienen
que ser diarias. De ahí que la alimentación de sus habitantes, particularmente
de los indios, sea tan precaria: raíces, particularmente yuca, chontaduros,
peces y tal cual ave que se consumen, por lo general, crudos o simplemente
asados, y huevos y larvas de comején. Esto, en ocasiones, complementado con el mambeo de la coca, que les calma el
hambre y, a veces, del yagé y otras yerbas alucinógenas que los hacen sentirse
fuertes como el jaguar, y poderosos como el rayo. Entonces son, además,
clarividentes: al menos del lugar en donde está la caza.
A manera de anécdota
puedo agregar que la primera vez que viajé a Miraflores, en el Vaupés, desayuné
con chocolate en leche, pan y huevos de gallina, porque llevamos de Bogotá el
chocolate, la leche, el pan y los huevos, en el avión.
En el llano se percibe
la inmensidad de Dios: en la selva, la pequeñez del hombre.
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