En el llano los
fenómenos impresionan irracionalmente: el sol, que parece dar tumbos, tiene
explicación científica, pero a nadie interesa; la oración ingenua, que libra de
gusanos al ganado, debe tenerla, como también que una persona mordida por
serpientes se cure con sueros antiofídicos o con rezos, pero que muera si se la
aplican ambos: “En el llano las cosas son como son y no como debieron ser”,
porque en él el confín del mundo es nuestro propio ser; porque el llano es el
mundo de los sueños, en que vemos las cosas como queremos verlas; sus valores
no son racionales, porque no son fruto de la reflexión, sino de la tradición
oral.
Muchos podemos, en el llano,
ser como dioses: vivir la prehistoria y, al mismo tiempo… saltar al siglo XV…
al XIX… vivir el presente… y vislumbrar el futuro, al mismo tiempo… pero otros
muchos, tan solo pueden vivir la prehistoria, o el siglo XV como ocurre a los
protagonistas activos y pasivos de este caso.
Esto plantea una
realidad muy difícil de entender: la convivencia simultánea, en un mismo lugar,
de gentes que culturalmente viven en diferentes ciclos del tiempo.
Y ese singular fenómeno
es el que nos permite a nosotros, hombres del siglo XX, juzgar a unos hombres
del siglo XV, por haber dado muerte a unos hombres de la prehistoria.
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