La solución de un
problema, frecuentemente genera otros. Tal como el caso presente: no es
sencillo admitir las dos mujeres de Adán y mucho menos la existencia de dos
troncos de descendencia adánica pues surgen interrogantes gravísimos sobre sus
derechos, simplemente contrapuestos, y el nada despreciable problema teológico
de si a ambos grupos los cobijan la redención de Cristo y particularmente el
problema de la unidad del género humano.
Esto preocupó a los
estudiosos que buscaron otra solución el caso y esta no podía ser otra
diferente a que los indios procedían del exterior, que habían venido del viejo
mundo.
¿Pero, de dónde, cuándo
y cómo? Se pensó que posiblemente de algún descendiente de Adán a quien se puso a peregrinar por el mundo hasta llegar a
América; otros pensaron que los indios quizás descendieron de algunas de las
tribus perdidas de Israel y se recordó que en la historia de ese pueblo hay un
enigma respecto al exilio de Babilona en año 721 antes de Cristo, en que solo
regresaron las descendientes de Judá y
Benjamín.
¿Qué paso con los otros
diez?
¿Emigraron a América?
Seguidores de esta
tesis dicen que los americanos descienden de esas tribus; algunos han
encontrado ritos y vestigios judíos en numerosas tribus aborígenes y hasta
llegaron a pensar, como se lee en el Libro de Mormón, que el Dios maya
Quetzalcóatl es el mismo Jesucristo;
pero otras corrientes políticas afirman
que pueblos tan avanzados como los que hubo en estas tierras antes de la
llegada de los españoles, en que hubo ciudades superiores a las europeas de
entonces y pirámides rituales comparables y quizás superiores a las egipcias,
en que brillo la civilización de Tiahuanaco, tenían que ser arias. Así se llegó
a hablar del imperio Vikingo de Tiahuanaco y a encontrar descendientes de los
vikingos hasta con el Paraguay, en el otro extremo de la tierra.
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