Los pueblos que
habitaban lo que hoy se llama el Continente Americano, particularmente los de
grandes culturas, organizaron grandes imperios: Los Mayas, los Toltecas, los
Aztecas, los Chavín los Incas y los Quichés, eran hijos del sol: el sol era la
fuente de la vida y, por tanto era Dios. Dios hizo la vida del hombre; y el
hombre se hizo oración, se hizo canto, se hizo danza, se hizo amor y así se
identificó con Dios. El sol era la vida, era el hombre, era Dios. Así
comprendieron los indígenas fácilmente que el sol era el padre, y que era el
hijo y que era el amor: El Espíritu Santo.
Era evidente por el acercamiento
intelectual, que estaban a un paso de la conversión al cristianismo.
Pero los frailes católicos,
que eran fundamentalistas, no lo vieron así: ellos creían cumplir una misión
divina, una misión de Cristo y como mandato de Dios había que verlo inmediatamente
cumplido. Por tanto, no les bastaba el acercamiento intelectual, querían la
conversión formal e inmediata del indio, su total identificación con su medio,
que ellos consideraban el de Dios, por lo cual el mundo indígena, diverso en
mil aspectos, era el mundo del demonio.
Por ello no apreciaron
su arte, su pensamiento, su cultura, en muchos aspectos superior a la europea
de su época y aún de la actual: Las pirámides de México y Mesoamérica, las del
Perú y Bolivia son comparables con las de Egipto, de admiración universal e
inmemorial. La del Sol de en Teotihuacán (México) tiene 225 metros lineales en
su base cuadrada, la de de Keops (Egipto) tiene 233 metros.
Ciudades como
Tenochtitlán, la capital de los Mexicas construida sobre un lago, recuerda la
construcción del coliseo romano, sobre otro muchísimo menor. Tenochtitlán, por
su tamaño y número de habitantes, por sus templos y palacios. Por sus avenidas
y canales, y por su acueducto, estaba por encima de cualquier cuidad de Europa:
Los canales de Venecia palidecían ante los de de Tenochtitlán. Los acueductos
romanos y los jardines colgantes de Babilonia, venían al recuerdo ante los de
Tenochtitlán.
Y los silos para
almacenar cereales por años y por años para toda la población, quizás hoy no
existen en el mundo entero.
¿Y
qué decir de Tenochtitlán, con su pirámide del sol, que permite dirigir el eco
a un lado u otro y convertir simples aplausos en cantos de aves? ¿Y la de la Luna? ¿Y la Avenida de los Muertos,
con sus numerosos templos decorados con frescos que aun hoy pueden admirarse a
lado y lado de la imponente avenida?
Quizás lo más acertado
es decir como el guía de turistas: “Afortunadamente la Madre Naturaleza, que convirtió
todo esto en ruinas, a estas las oculto del señor Cortés.”
Hay cierta semejanza
entre Tenochtitlán y otro centro indígena lejano: Teotihuacano, en el sector
sur del continente americano, en la mediaciones del lago Titicaca, en cuyas
cercanías está la Puerta del Sol, impresionante estructura con enormes jambas e
imponentes dintel monolítico, con grabados que revelan un calendario.
Recordemos que el Inca también era hijo del sol y que el primero, el fundador
de la dinastía Inca, Manco Capac, fue oriundo de Tiahuaco; recordemos que en
esa región también hay colosales pirámides, hileras de monolitos, plataformas,
cámaras subterráneas etc.
Y para cerrar esta capítulo
digamos algo sobre la potencia: México como cuidad por su tamaño, número de
habitantes, palacios, depósitos de alimentos, avenidas y templos, era superior
a cualquier cuidad europea entonces contemporánea; del Cuzco, la capital inca
entre otras cosas se dijo “…. cerca se elevaba el impotente templo del sol… con
todo el oro y la plata que lo adornaba era uno de los más ricos del mundo
entero. Este templo tenía una circunferencia de más de 400 pies (122 metros) y
estaba completamente rodeado por muro sólido. La construcción se había
realizado con soberbias piedras seleccionadas y maravillosamente ajustadas; no
he visto nada semejante… por la mitad del muro corría una faja de oro de dos
palmos de ancho y cuatro dedos de espesor. Las puertas estaban cubiertas con
hojas del mismo metal…”
La fortaleza Machupichu,
que la madre naturaleza ocultó de los ojos del señor Pizarro, como lo hizo del señor Cortés en
Neotiuacán, es uno de los grandes monumentos de la humanidad; las pistas para
naves extraterrestres de Nazca, no tienen ni han tenido par en la tierra. Y el
calendario azteca hoy está considerado como más exacto que el Gregoriano que
nos rige.
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