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lunes, 16 de julio de 2012

Capítulo 32. Los hijos del sol


Los pueblos que habitaban lo que hoy se llama el Continente Americano, particularmente los de grandes culturas, organizaron grandes imperios: Los Mayas, los Toltecas, los Aztecas, los Chavín los Incas y los Quichés, eran hijos del sol: el sol era la fuente de la vida y, por tanto era Dios. Dios hizo la vida del hombre; y el hombre se hizo oración, se hizo canto, se hizo danza, se hizo amor y así se identificó con Dios. El sol era la vida, era el hombre, era Dios. Así comprendieron los indígenas fácilmente que el sol era el padre, y que era el hijo y que era el amor: El Espíritu Santo.
Era evidente por el acercamiento intelectual, que estaban a un paso de la conversión al cristianismo.
Pero los frailes católicos, que eran fundamentalistas, no lo vieron así: ellos creían cumplir una misión divina, una misión de Cristo y como mandato de Dios había que verlo inmediatamente cumplido. Por tanto, no les bastaba el acercamiento intelectual, querían la conversión formal e inmediata del indio, su total identificación con su medio, que ellos consideraban el de Dios, por lo cual el mundo indígena, diverso en mil aspectos, era el mundo del demonio.
Por ello no apreciaron su arte, su pensamiento, su cultura, en muchos aspectos superior a la europea de su época y aún de la actual: Las pirámides de México y Mesoamérica, las del Perú y Bolivia son comparables con las de Egipto, de admiración universal e inmemorial. La del Sol de en Teotihuacán (México) tiene 225 metros lineales en su base cuadrada, la de de Keops (Egipto) tiene 233 metros.
Ciudades como Tenochtitlán, la capital de los Mexicas construida sobre un lago, recuerda la construcción del coliseo romano, sobre otro muchísimo menor. Tenochtitlán, por su tamaño y número de habitantes, por sus templos y palacios. Por sus avenidas y canales, y por su acueducto, estaba por encima de cualquier cuidad de Europa: Los canales de Venecia palidecían ante los de de Tenochtitlán. Los acueductos romanos y los jardines colgantes de Babilonia, venían al recuerdo ante los de Tenochtitlán.
Y los silos para almacenar cereales por años y por años para toda la población, quizás hoy no existen en el mundo entero.
            ¿Y qué decir de Tenochtitlán, con su pirámide del sol, que permite dirigir el eco a un lado u otro y convertir simples aplausos en cantos de aves?  ¿Y la de la Luna? ¿Y la Avenida de los Muertos, con sus numerosos templos decorados con frescos que aun hoy pueden admirarse a lado y lado de la imponente avenida?
Quizás lo más acertado es decir como el guía de turistas: “Afortunadamente la Madre Naturaleza, que convirtió todo esto en ruinas, a estas las oculto del señor Cortés.”
Hay cierta semejanza entre Tenochtitlán y otro centro indígena lejano: Teotihuacano, en el sector sur del continente americano, en la mediaciones del lago Titicaca, en cuyas cercanías está la Puerta del Sol, impresionante estructura con enormes jambas e imponentes dintel monolítico, con grabados que revelan un calendario. Recordemos que el Inca también era hijo del sol y que el primero, el fundador de la dinastía Inca, Manco Capac, fue oriundo de Tiahuaco; recordemos que en esa región también hay colosales pirámides, hileras de monolitos, plataformas, cámaras subterráneas etc.
Y para cerrar esta capítulo digamos algo sobre la potencia: México como cuidad por su tamaño, número de habitantes, palacios, depósitos de alimentos, avenidas y templos, era superior a cualquier cuidad europea entonces contemporánea; del Cuzco, la capital inca entre otras cosas se dijo “…. cerca se elevaba el impotente templo del sol… con todo el oro y la plata que lo adornaba era uno de los más ricos del mundo entero. Este templo tenía una circunferencia de más de 400 pies (122 metros) y estaba completamente rodeado por muro sólido. La construcción se había realizado con soberbias piedras seleccionadas y maravillosamente ajustadas; no he visto nada semejante… por la mitad del muro corría una faja de oro de dos palmos de ancho y cuatro dedos de espesor. Las puertas estaban cubiertas con hojas del mismo metal…”
La fortaleza Machupichu, que la madre naturaleza ocultó de los ojos del señor  Pizarro, como lo hizo del señor Cortés en Neotiuacán, es uno de los grandes monumentos de la humanidad; las pistas para naves extraterrestres de Nazca, no tienen ni han tenido par en la tierra. Y el calendario azteca hoy está considerado como más exacto que el Gregoriano que nos rige.

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