Páginas

sábado, 16 de junio de 2012

Capítulo 8. Legalmente detenidos


-  En la fecha notifiqué personalmente el auto anterior a los señores… leyéndoles íntegramente la providencia. Impuestos de su contenido, como no saben firmar, lo hace a ruego un testigo.

Cumplida esa formalidad y por encontrarse vencido el término dispuso el juez instructor remitir el expediente al juez del conocimiento, a la lejana Villavicencio, juntamente con los procesados.
Fue un viaje de cuatrocientos kilómetros que los procesados, sin conciencia de lo que les estaba ocurriendo, y menos aún de lo que les esperaba, emprendieron con la alegría de quiénes emprenden un largo paseo hacia lejanos lugares.
En el fondo de su ser se alegraban de lo que les estaba sucediendo pues gracias al proceso, se les cumplía un sueño que, de otra manera, no habrían realizado: volar en avión.
Podríamos decir que su viaje fue placentero: Se desplazaban por su inmenso llano, en medio de gentes amistosas, que les expresaban su sorpresa por la detención; les contaban casos similares “en que no había pasado nada” y les informaban de casos contrarios: de aquellos en que los indios habían atacado y asesinado a los blancos, en que “tampoco había ocurrido nada”
No obstante, tal cual persona les aconsejaba conseguir un abogado que los defendiera, lo cual no comprendían muy bien, porque les eran muy nebulosas sus ideas sobre lo que hacen los abogados y sobre la necesidad de ellos pues las mismas conversaciones que tenían en el avión les confirmaban que no habían hecho nada malo.
Además, les dijeron que los abogados cobran por su trabajo y ellos, como la gitana de la canción española, que sentían en el alma, por patrimonio solo tenían “el sol, la luna y las estrellas”…

No hay comentarios:

Publicar un comentario