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lunes, 6 de agosto de 2012

Capítulo 52. Un poquito de teología


Producido en Villavicencio el veredicto absolutorio unánime de los procesados, los señores obispos de Colombia, en “Conferencia Episcopal” condenaron la absolución.
Yo me pregunto: ¿Jesús, el Cristo habría hecho lo mismo? Creo que el defensor de la mujer adúltera, no por adulterar sino por falta de culpa, no habría condenado a unos homicidas, no por homicidas sino, por ignorancia invencible, porque estaban en el error.
            Y estoy seguro que Tomas de Aquino, el “angélico”, el doctor de la iglesia católica, los habría absuelto porque él, profundo conocedor de lo que es la Ley Eterna, la Ley de Dios y la Ley Humana, del Derecho y de la Justicia, dice:  “La Ley eterna, tal como en sí misma es, solo pueden concederla Dios y los bienaventurados….”  (Suma teológica 1ª / 2ª Q. XCIII art. II) y agrega: “La costumbre establecida no de palabra solamente sino por hechos muy repetidos, puede llegar a tener fuerza de ley, aboliendo la anterior vigente y sirviendo de interpretación de otras leyes.” (Suma Teológica 1ª/ 2ª  Q. XCVII a II).                         
El mismo angélico doctor distingue los actos del nombre que nos son comunes con los animales, como comer y reproducirse, y los actos humanos, que nos son propios, como pensar y juzgar. Los actos del hombre, como los de los animales, los rige el instinto; los actos humanos, los propios del hombre, los rige la voluntad.
Los actos humanos, conscientes de sus medios y de sus fines, son voluntarios y en esto se distinguen de los instintivos. Los actos voluntarios pueden ser libres o no serlo; libres cuando los ejecutamos con conocimiento de causa, después de habernos representado otros actos posibles y haber elegido entre ellos, de modo que todo acto libre es voluntario, pero no todo acto es libre. La voluntad es el poder de obrar con conocimiento de causa; la libertad es el poder determinarse de sí mismo, teniendo conciencia de poder determinarse de otro modo.
En cuanto surge una imagen en la conciencia del animal, éste la realiza; pero cuanto surge en la conciencia de un hombre, éste reflexiona sobre esa imagen y se pregunta: ¿lo hago o no lo  hago? Es lo que se llama la voluntad. La voluntad es el poder de obrar con conocimiento de causa.
La advertencia es condición necesaria del acto voluntario, porque nada se quiere sin previo conocimiento. Querer es primordialmente obrar con conocimiento de causa, sabiendo lo que se hace y por qué se hace. Si se quita la reflexión, la actividad solo es instintiva.
La voluntad puede tener defectos: tal es la falta de reflexión y la falta de decisión. Cuando las condiciones son defectuosas, los condicionados se resienten de ello.
Y llegamos al meollo del problema: el hábito. El hábito es una costumbre adquirida por la repetición, por la larga y constante práctica, de actos de la misma especie o ejercicio.
En cuanto a la matanza y esclavitud de los aborígenes del Nuevo Mundo, los indios, sean éstos Guaraníes, Cuibas, Guajibos o de cualesquiera otras familias, es una costumbre cinco veces centenaria, adquirida por su repetición constante desde el descubrimiento mismo de estas tierras. Veamos unas pocas, entre las muchas, referencias históricas: En el siglo XV, Colón en su segunda carta a los Reyes Católicos les propuso abiertamente el comercio de esclavos y sin esperarse a la autorización, que nunca la tuvo, empezó a enviar indios como esclavos a España, en el siglo XVI, el predicador Fray Antonio de Montesinos, en célebre discurso, dijo: “Todos  estáis en pecado mortal, y en el vivís y morís…”; en el mismo siglo XVI el papa Pablo III se pronunció diciendo que los indios son hombres. En el XVII, un escritor e investigador tan famoso como José Gumilla, dijo en “El Orinoco Ilustrado”: “A vista, pues, de tantas cosas nuevas, es preciso que no cause novedad el que los hombres, que la Divina Providencia… Para que disfruten de tierras, mares, ríos, bosques, prados y selvas nuevas… pertenezcan también a hombres nuevos, y no causen tanta menor novedad cuanto menos se reconoce en ellos de racional…”. En el XIX, un espíritu de selección como Julio Verne, no vaciló en poner en manos de la tierna hija del coronel de Francia De Kermor pistolas y suficientes municiones para enfrentarse a los Cuibas”, y a su fiel sargento Marcial, además carabina: de igual manera que Germán Paterne, naturalista botánico y a Jacques Helloch, explorador, ambos al servicio del Ministerio de Instrucción Pública de Francia, además con fusiles. En el  XX José Eustacio Rivera y Rómulo Gallegos, escritores de primer rango de Colombia y de Venezuela, entre otros en sus obras “La Vorágine” y “Doña Bárbara”, ya lo hemos visto con detalle, cuentan la explotación inhumana de los indios y en el XXI, a diario oímos en los buses de servicio público de Bogotá, expresiones como estas: “Indio animal, aprenda a manejar”, ¿“No oyó el timbre, indio animal?


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