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lunes, 11 de junio de 2012

Capítulo 4. La reconstrucción


-          Yo salté por la ventana, al oír la señal, y ataqué a los indios con cuchillo… todavía estaban agachados sobre los tazones…
-          Yo los cogí a garrote, maté cuatro.
-          Yo me situé aquí y a los que pasaban los apuñaleaba: maté tres y herí dos.
-          Yo maté cinco a puro palo y sin ayuda de nadie.
-          A mí apenas me corresponden dos y medio porque a una indiecita como de ocho años la matamos entre Segismundo y yo.
-          Yo logré matar dos, pero dejé heridos como cinco. Es que, esos bichos son muy veloces…
-          Yo si acabé con seis: unos estaban heridos y otros sanitos. Entre estos una india con su cría de brazos…
-          Yo como estaba renco sólo usé la escopeta: tumbé varios.
-          Y yo disparé mi revolver contra los que huían, hasta agotar las balas, no perdí ni una.
-          El patio quedó todo ensangrentado… al otro día madrugamos a hacer el aseo… a los que encontramos tan solo heridos, los rematamos con maceta y a los muertos los amarramos de dos en dos a las colas de las mulas, los arrastramos unas cuadras fuera de la casa… luego los amontonamos unos sobre otros. Quedó una pila como de metro y medio, le echamos leña y le prendimos fuego… duró ardiendo hasta el otro día, y desde lejos se veía el humo como una gran columna…
-          Una vez quemados, les rezamos y echamos encima huesos de animales, lo mismo que cuando matamos culebras y otras plagas, pues así se ahuyentan…
Esta es, en esencia, la diligencia de reconstrucción de los hechos, pero que tiene un detalle que la hace única en el mundo: fue realizada conjuntamente por funcionarios de Colombia y de Venezuela. Por tanto no tiene valor jurídico pero sí sociológico: prueba el abandono en que están estas tierras: ni los funcionarios colombianos ni los venezolanos sabían quién tenía la jurisdicción para practicarla y, salomónicamente, la hicieron mixta.
En la indicación de que, una vez cremados los cadáveres, los vaqueros les echaron encima restos de animales y rezaron, como es corriente cuando matan culebras y otras plagas, en la creencia de que así las ahuyentan, han visto algunos señales de magia negra; ahí si cabe decir: todo depende de lo que se considere magia negra: arrojarles encima huesos de animales, como es práctica corriente y creencia generalizada, para alejarse de la plaga de que se han quemado ejemplares, por sí mismo no parece serlo; quizás lo aclare el rezo, pero de él no da cuenta el expediente; si lo que rezaron fue: “Padre nuestro que estás en los cielos….” Indudablemente que no fue un rito mágico; pero si lo que dijeron fue “Yo te conjuro engendro del mal….”, pudo haber sido; yo me inclino a creer que lo que rezaron fue la oración que los llaneros rezan para su protección, individual, de sus hogares y de sus bienes, la muralla irrompible contra el mal, la protección contra cualquier mala influencia, la “oración de las trece palabras” que tanto influye en sus vidas, pero yo no creo que una oración sencilla, en que se invoca a Cristo, a Moisés, a las tres Marías y a las once mil Vírgenes, así tenga un ritual un poco difícil de cumplir, puede ser magia negra.

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