Como es apenas obvio, en la diligencia de reconstrucción de los
hechos, también se tomaron medidas métricas y se tomaron retratos; y se dispuso
recoger, en una bolsa plástica, los restos del holocausto para enviarlos al Instituto
de Medicina Legal, a fin de que tal institución científica determinada el
número de personas a que pertenecen, sus edades y demás circunstancias que
sirvan para el esclarecimiento de los hechos.
Fue así como meses después, llego al
expediente el experticio médico legal, según el
cual la bolsa enviada por el juez contenía materia gris calcárea de imposible
identificación, salvo la pezuña de un perro.
Esa materia gris calcárea y la pezuña de un perro sirvieron para alimentar
la demagogia judicial de uno de los fiscales que, limpiándose las lágrimas
apareció retratado en algún periódico; y
para que otro, que quería parecer adolorido, solicitará que, “como un homenaje
nacional a estos humildes hermanos tan vilmente asesinados”, se sepultan sus
cenizas en el lugar más alto del nevado del Tolima; sin embargo esas cenizas y
esa pezuña rodaron por los vericuetos
del Palacio de Justicia hasta que nadie supo más de ellas.
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