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lunes, 18 de junio de 2012

Capítulo 10. En la cárcel del distrito judicial


Sólo cuando enviados por el juez superior, detrás de ellos se cerraron las puertas de hierro, empezaron a tomar conciencia de su situación:
¿En dónde estaban?
¿Por qué les decían asesinos?
            ¿Qué era eso de genocidas?
            No conocían el significado del vocablo pero les parecía que nada bueno debía ser.
            Las cosas giraron a su alrededor: un sudor frío y una respiración difícil se apoderaron de ellos, y una voz parecía resonar en sus oídos: Un abogado, les aconsejaban los compañeros de patio, pero ¿cuánto tienen para pagarlo?
-          Nada.
-          ¿Nada?
Entonces en la cárcel se quedarán por el resto de su vida, afirmó solemnemente un contertulio.
Cierto, confirmó otro: Los abogados no trabajan gratis, y si con abogado a veces pasan los años sin ver la libertad, sin abogado es mejor que se vayan resignando a morir detrás de las rejas.
-          ¿Cómo puede ser eso? Si nosotros somos gente sana, gente que no ha hecho mal a nadie.
-          ¿Y acaso no fueron ustedes los que mataron a los Cuibas?
-          Si, nosotros los matamos.
-          ¿Y les parece que eso no es hacer mal a nadie?
Eso fue un crimen horroroso, dijo otro.
Con sevicia, afirmó un tercero.
¿Y qué es sevicia? Preguntó uno de ellos.
Sevicia es ensañarse contestó otro de ellos.
-          Pero ustedes si son bien tapados: no saben qué es sevicia ni qué es ensañarse, ni para qué son los abogados…
-          Y reconocen que mataron a los Cuibas y al mismo tiempo afirman que son gente de bien, que no han hecho mal a nadie.
-          Así es “camarita”, nosotros no matamos gente, tan solo matamos unos indios.

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