Sólo cuando enviados
por el juez superior, detrás de ellos se cerraron las puertas de hierro,
empezaron a tomar conciencia de su situación:
¿En dónde estaban?
¿Por qué les decían
asesinos?
¿Qué
era eso de genocidas?
No
conocían el significado del vocablo pero les parecía que nada bueno debía ser.
Las
cosas giraron a su alrededor: un sudor frío y una respiración difícil se
apoderaron de ellos, y una voz parecía resonar en sus oídos: Un abogado, les
aconsejaban los compañeros de patio, pero ¿cuánto tienen para pagarlo?
-
Nada.
-
¿Nada?
Entonces en la cárcel
se quedarán por el resto de su vida, afirmó solemnemente un contertulio.
Cierto, confirmó otro:
Los abogados no trabajan gratis, y si con abogado a veces pasan los años sin
ver la libertad, sin abogado es mejor que se vayan resignando a morir detrás de
las rejas.
-
¿Cómo
puede ser eso? Si nosotros somos gente sana, gente que no ha hecho mal a nadie.
-
¿Y
acaso no fueron ustedes los que mataron a los Cuibas?
-
Si,
nosotros los matamos.
-
¿Y
les parece que eso no es hacer mal a nadie?
Eso fue un crimen horroroso, dijo
otro.
Con sevicia, afirmó un tercero.
¿Y qué es sevicia? Preguntó uno de
ellos.
Sevicia es ensañarse contestó otro
de ellos.
-
Pero
ustedes si son bien tapados: no saben qué es sevicia ni qué es ensañarse, ni
para qué son los abogados…
-
Y
reconocen que mataron a los Cuibas y al mismo tiempo afirman que son gente de
bien, que no han hecho mal a nadie.
-
Así
es “camarita”, nosotros no matamos
gente, tan solo matamos unos indios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario