Páginas

martes, 19 de junio de 2012

Capítulo 11. Serafincito



La historia de Serafincito es la de un niño absolutamente inocente de la matanza de los Cuibas, pero que pagó cuatro años de presidio y atropellos mayores.
Serafincito, puede afirmarse sin exageración, fue más humilde que Jesús de Nazaret: no nació en un pesebre, sino entre las rejas de una cárcel; sus primeros amigos no fueron un buey y el asno, que son puros, sino las duras carceleras: a él no lo visitaron pastores, que son la personificación de la bondad, ni reyes magos, sino vulgares prostitutas, ladronas y homicidas.
Jesús de Nazaret tuvo una madre pobre pero libre, que pudo preparar su advenimiento: Serafincito la tuvo paupérrima y cautiva, de modo que si pobre fue el nacimiento de Jesús, miserable fue el de Serafincito.
Los estudiosos de las leyes kármicas verán en ello y en sus primeros años de vida, claro ejemplo de la Justicia Divina: su tío fue uno de los dos hombres que concibieron la matanza de los indios Cuibas; su madre, ya embarazada, preparó la comida fatal; y su padre fue el capataz que ordenó la masacre.
Quizá por ello, Serafincito, un ser absolutamente inocente de la matanza de los Cuibas, pues ni siquiera había visto la luz del día cuando ella ocurrió, pagó cuatro años de presidio sin auto de detención.
Su nacimiento en la oscuridad de una cárcel, lejos del sol reverberante de sus mayores y los primeros años de su vida rodeado de mujeres delincuentes, parece haber sido el pago que la Justicia de Dios exigió por la muerte de aquella niña Cuiba que murió atravesada por el  puñal del padre de Serafincito, cuando la madre de la niña comía el pisillo preparado por quien iba a ser madre de ese niño.
Este advenimiento doloroso puede, quizás, satisfacer el karma, pero permite también preguntarnos si es justo, si es cristiano, obligar a una mujer, por criminal que sea, dar a luz en una cárcel y tener en ella, durante cuatros años, a su inocente hijo.





El hombre - Jesús nació pobre, pero fue arrullado por los ángeles: sufrió vejaciones y dolores y murió crucificado entre ladrones; pero no padeció, como Serafincito, la vejación de nacer en una cárcel, el dolor de tener por arrullos las vociferaciones de las condenadas, por alimento los saldos de mazuque que da el Estado a los presos y, por vestidos, salvo contadas excepciones, los harapos de éstos.

Serafincito no fue la primera víctima ni la más inocente, pero sí la más conmovedora de esta inmensa tragedia. 
                                                                                                                         
                                  

No hay comentarios:

Publicar un comentario