La historia de
Serafincito es la de un niño absolutamente inocente de la matanza de los Cuibas,
pero que pagó cuatro años de presidio y atropellos mayores.
Serafincito, puede
afirmarse sin exageración, fue más humilde que Jesús de Nazaret: no nació en un
pesebre, sino entre las rejas de una cárcel; sus primeros amigos no fueron un
buey y el asno, que son puros, sino las duras carceleras: a él no lo visitaron
pastores, que son la personificación de la bondad, ni reyes magos, sino
vulgares prostitutas, ladronas y homicidas.
Jesús de Nazaret tuvo
una madre pobre pero libre, que pudo preparar su advenimiento: Serafincito la
tuvo paupérrima y cautiva, de modo que si pobre fue el nacimiento de Jesús,
miserable fue el de Serafincito.
Los estudiosos de las
leyes kármicas verán en ello y en sus primeros años de vida, claro ejemplo de
la Justicia Divina: su tío fue uno de los dos hombres que concibieron la
matanza de los indios Cuibas; su madre, ya embarazada, preparó la comida fatal;
y su padre fue el capataz que ordenó la masacre.
Quizá por ello,
Serafincito, un ser absolutamente inocente de la matanza de los Cuibas, pues ni
siquiera había visto la luz del día cuando ella ocurrió, pagó cuatro años de
presidio sin auto de detención.
Su nacimiento en la
oscuridad de una cárcel, lejos del sol reverberante de sus mayores y los
primeros años de su vida rodeado de mujeres delincuentes, parece haber sido el
pago que la Justicia de Dios exigió por la muerte de aquella niña Cuiba que
murió atravesada por el puñal del padre
de Serafincito, cuando la madre de la niña comía el pisillo preparado por quien
iba a ser madre de ese niño.
Este advenimiento
doloroso puede, quizás, satisfacer el karma, pero permite también preguntarnos
si es justo, si es cristiano, obligar a una mujer, por criminal que sea, dar a
luz en una cárcel y tener en ella, durante cuatros años, a su inocente hijo.
El hombre - Jesús nació
pobre, pero fue arrullado por los ángeles: sufrió vejaciones y dolores y murió
crucificado entre ladrones; pero no padeció, como Serafincito, la vejación de
nacer en una cárcel, el dolor de tener por arrullos las vociferaciones de las
condenadas, por alimento los saldos de mazuque que da el Estado a los presos y,
por vestidos, salvo contadas excepciones, los harapos de éstos.
Serafincito no fue la
primera víctima ni la más inocente, pero sí la más conmovedora de esta inmensa
tragedia.
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