Estos que veis aquí, en los banquillos de los acusados, estos que veis
aquí, repito fueron mis compañeros de prisión cuando, víctima del encono
estéril y obsesivo de mis enemigos, vine a pagar por unos días, a la cárcel de
Villavicencio, poco después de salir, por preclusión, de una breve temporada en
la de Bogotá, debida al odio de quienes se sienten importantes para el Amor, la
Verdad, la Justicia, y la Belleza, porque saben que amo y que me aman que digo la verdad, siento la Justicia y
capto la Belleza.
El tiempo en la cárcel para los
detenidos tiene una doble dimensión: la que contabilizan los jueces y los
carceleros y la que viven los reclusos, que tiene, además, un factor de
intensidad. Por eso, este fue para mí un lapso de emociones y de
sublimación…tanto más cuanto que, como preparación, me arrojaron durante
veinticuatro horas en un calabozo
inmundo, carente de luz y de aire puro, pero en cambio abundante en
bichos y en gemidos de dolor de mis vecinos; en las súplicas de un mendrugo
para saciar el hambre, o de un vaso de agua para calmar la sed; y abundante
también en las interjecciones soeces de los detenidos y de otras personas, y en
los golpes que daban en las puertas de hierro…
Como no tenían dinero no conseguían defensor, pero lo importante en
este caso no es el dinero: su importancia radica en la justicia misma, en la historia,
en la geografía, en la sociología en la psicología, en la antropología… en tres
palabras: en los hombres
“Hasta la estéril y deforme
roca
Es manantial cuando Moisés la toca;
O estatua, cuando Miguel Ángel la golpea”
Por eso cuando estos hombres me hablaron de su caso, yo percibía la
belleza del inmenso océano cuando estrella sus olas en las rocas; la de las
tempestades casanareñas, en que serpentean los relámpagos como látigos sobre
centauros; la inmensamente humana de “Crimen y Castigo” o de “La Casa Muerta”
de Dostoievski, la melódica del “De Profundis”, de Wilde, la de “ La Danza
Macabra”, el poema sinfónico por excelencia, o la majestuosidad del “Juicio
Final” de Bounarroti.
Pero para captar esas emociones se necesita haber experimentado en nosotros
mismos un dolor muy intenso, capaz de hacernos comprender el ajeno… es
necesario saber que en la vida muchas cosas importan más que el dinero, y es
preciso también, convivir con el pueblo, para saber que es bueno, pero que
padece hambre, miseria e ignorancia y que por ello es capaz de todos los
crímenes y de todas las abnegaciones.
Yo pido a ustedes tratar de situarse en esa tónica; yo les pido
colocarse en armonía con el infinito y no olvidar que, por un singular
privilegio, nos corresponde a nosotros, hombres del siglo XX, juzgar hechos y
gentes vivientes del siglo XV; y, además, que están desvinculados de las
instituciones colombianas, como de las de Suecia o Bulgaria. Ellos desconocen
la ley colombiana tanto como la de Egipto, China o Nigeria.
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