En el llano todo es
inmenso: su territorio de miles de kilómetros cuadrados, sus ríos: el Amazonas,
el Orinoco, el Guaviare… sus animales: peces como los más grandes del mar, el güio,
culebra no de un metro de longitud, como las del interior, sino de veinte,
treinta o cincuenta metros de largo, que algunos han confundido con troncos de árboles
y se han sentado en ellas, que superan las que estranguló Hércules, y sus
flores; ¿y sus flores? Habrá en el “universo-mundo” alguna que se acerque a la
“Victoria Regia” o “Victoria amazónica”, ese loto, no como los famosos de
Egipto que colocamos tres o cuatro en un florero, como adorno, sino ese gigante
que cubre considerables superficies de pantanos que otrora fueron ríos?
Y su soledad:
“eres
la soledad, el manso ruido, en cadencia secreta del sonido”…
Y el abandono en que
los Gobiernos que “gobiernan” allá en nombre de varias repúblicas, mantienen a
sus gentes: en el bajo pueblo hay aún vestigio de la cultura que alguna vez
invadió Tiahuanaco y de la hispánica, que le aportó el elemento esencial de los
caballos y de las reses, pero que aún dominan los chamanes, el Yagé y la
Ayahuasca; que curan las gusaneras de las bestias con oraciones al igual que
las mordeduras de las serpientes pero que, cosa es de volverse loco, si se las
reza y se les aplica suero antiofídico, no operan ni la oración ni el suero, la
muerte es segura, en tierras que el sabio Alejandro Von Humbolt, en su viaje a
las regiones equinocciales del nuevo mundo llamó la octava maravilla del mundo.
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