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jueves, 26 de julio de 2012

Capítulo 42. La coca y el yage


Dentro de los numerosos vegetales que consumen los indios, hay dos que debemos destacar: la coca y el yagé. La coca es elemento primordial en su vida. Ya he dicho que es parte de su alimentación o, mejor, debo decir que es la manera que tienen de suplir la falta de alimentos, es la manera de no sentir el hambre. Desde los tiempos prehistóricos se la cultiva y procesa para su consumo: las hojas, una vez llegadas a su pleno desarrollo, se recolectan, se dejan secar, luego se tuestan, después se muelen o pilan, puesto que se pulverizan con pilón, posteriormente se ciernen y por último se mezclan con cal o productos calcáreos y finalmente se come, llenando la boca con ese polvo, que poco a poco se va mezclando con la saliva “sin coca no se puede trabajar” dicen los indios. En cada una de estas operaciones tienen su propio rito: en la recolección que la hace el capitán, y el tostado, la molienda y la mezcla, se recitan cánticos. Esos ritos y esas canciones, tienen bellas explicaciones que se remontan a la mitología de las tribus. Salta a la vista que consumen la coca, pero no su conocido derivado: la cocaína. Lo que ellos consumen es extracto de coca, que es muy diferente.
El eminente científico Wada Davis, antropólogo y explorador, botánico reconocido mundialmente, dice en su obra “El río”: “El químico corso Angelo Mariani estaba de acuerdo. En 1863, patentó el Vin Tonique Mariani, una mezcla de extracto de coca y vino tinto de Burdeos que, de inmediato, causó sensación. Mariani, por cierto, tiene la curiosa distinción de ser la única persona responsable de que dos presidentes de los Estados Unidos, un Papa y por lo menos dos Monarcas europeos se aficionaran a la coca. El Papa León XIII tenía el hábito de llevar siempre consigo un frasco de bolsillo con el vino tónico, y era tan adicto a la bebida que condecoró a Mariani por sus méritos. El achacoso expresidente norteamericano Ulyses S. Grant se tomó una cucharadita diaria en leche durante los últimos cinco meses de su vida. Entre otros entusiastas que le enviaron a Mariani caratas en homenaje se contaron el presidente William Mchinley, el zar de Rusia, el príncipe de Gales, Thomas Edison, H. G. Wells, Julio Verne, Augusto Rodin, Henrik Ibsen, Emile Zola y Sarah Bernhardt.”
Ese eminente científico norteamericano contemporáneo continúa su relato narrando, en su referido libro, las bondades del extracto de coca mezclado con dulces, cigarrillos, jarabes etc., hasta llegar a ser “el vino de los atletas”, “la bebida de quienes buscan la longevidad y la eterna juventud”; cuenta su transición de “vino francés de coca”, con la adición de la nuez de cola y aceites cítricos y el reemplazo del vino con la soda, en la mundialmente conocidísima Coca-Cola, de perdurable imperio.
Queda así en claro que una cosa es la coca como la han comido por centurias los incivilizados indios, y otra la cocaína, que consumen los pueblos más civilizados del planeta, en muy distinta forma a que aquellos la comen, estos la inhalan o se la inyectan. Es algo parecido a lo que ocurre con el café: una cosa es tomar su extracto, mezclado con leche, al desayuno, o en nuestro insuperable tinto o negrito como dicen los venezolanos, que nos estimula a cualquier hora del día y otra muy distinta si lo consumiéramos convertido en cafeína.
Igual pasa con las imprescindibles papas o patatas, como dicen los españoles, una cosa es comerlas en ajiaco, en sancocho, en viudo, en tajadas, en potatoes chips o en simples papas saladas y otra muy distinta si consumiéramos su principio activo por gramos, como se hace con la cocaína.
El otro vegetal es la Ayahuasca, como se llama en lengua Quechua, o Yagé, como la llaman nuestros indios: es un bejuco que recibe varios nombres más o menos sinónimos, dados por los científicos que de él se han ocupado: “bejuco de la visión”, “bejuco del discernimiento”, “bejuco de la sabiduría”, “bejuco de la iluminación” o “bejuco del alma”, como lo llaman Richard Evans Schultes y Robert E. Raffaut, que nos dan una idea de lo que es y de lo que con él se logra: es un alucinógeno con virtudes proféticas. Alguna tradición dice que, mediante él, los indígenas predijeron la llegada de los españoles.
Como en el caso de la coca, la recolección y el consumo del Yagé tienen sus ritos:
Coge el bejuco de la selva un Payé o médico, o chamán frecuentemente acompañado de su aprendiz, quien le reemplazará luego en el cargo; la preparación sólo puede hacerla un hechicero y los rituales son abundantes en danzas. El yagé se prepara macerado y luego se cierne; el jugo así obtenido se deposita en una vasija especial, con características propias y el líquido lo toma cada cual mediante pequeños recipientes vegetales llamados cuyas. Produce una borrachera, pero no como la del alcohol, sino un ensimismamiento que no causa la ruptura con el mundo exterior, ya que quien se encuentra bajo sus efectos puede responder coherentemente las preguntas y percibir lo que ocurre a su alrededor. Bajo sus efectos los indígenas ven, “el yagé hace ver”, dicen, y en efecto, ven serpientes, güios, arañas, jaguares, flores, mariposas y hasta el sol y las estrellas; viajan al cielo y desde allá ven la tierra y a todas personas, adquieren el poder de producir relámpagos, cambiar el tiempo y transformarse en anacondas y jaguares; ven la historia de personajes míticos y se ven a sí mismos como niños y más pequeños aún; tienen regresión de experiencias pasadas y visiones del futuro, durante las cuales hallan la solución a los casos difíciles. Cuando el yagé se ingiere colectivamente, en comunidad, se produce un “éxtasis colectivo”, como dijo Reichel-Dolmatoff, en el cual el grupo se sumerge en sí mismo, en su conciencia, y en su interior contempla las fuentes mismas de su cultura. Es entonces cuando habla de todo: la necesidad de una maloca, de un puente, cómo y cuándo hacerlos… es cuando las cosas empiezan a hablar y las almas se liberan.
Así viven, los indios: en pequeños grupos nómadas, promiscuos de hombres y mujeres, de padres e hijos, sin religión ni gobierno, sin nociones del tiempo y la familia, bajo las copas de los árboles o en rudimentarias malocas, comiendo alimentos crudos o a lo sumo asados, total o casi totalmente desnudos, bajo la influencia alcohólica de la chicha y la alucinante del yagé y miles de yerbas más; sintiéndose capaces de producir truenos, relámpagos y rayos, cual Júpiter, y convencidos de su transformación en güios, águilas o jaguares.
Vista así su vida, pregunto: ¿Será extraño que algunos duden de su uso de razón? ¿Será extraño que algunos afirmen categóricamente que carecen de racionalidad? Aclaro: No todos los indios colombianos viven así, algunos hasta han adquirido títulos en las universidades, y han llegado a ser gobernadores, alcaldes, y senadores; pero los Cuibas sí.

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