Dentro de los numerosos
vegetales que consumen los indios, hay dos que debemos destacar: la coca y el
yagé. La coca es elemento primordial en su vida. Ya he dicho que es parte de su
alimentación o, mejor, debo decir que es la manera que tienen de suplir la
falta de alimentos, es la manera de no sentir el hambre. Desde los tiempos
prehistóricos se la cultiva y procesa para su consumo: las hojas, una vez
llegadas a su pleno desarrollo, se recolectan, se dejan secar, luego se
tuestan, después se muelen o pilan, puesto que se pulverizan con pilón,
posteriormente se ciernen y por último se mezclan con cal o productos calcáreos
y finalmente se come, llenando la boca con ese polvo, que poco a poco se va
mezclando con la saliva “sin coca no se puede trabajar” dicen los indios. En
cada una de estas operaciones tienen su propio rito: en la recolección que la hace
el capitán, y el tostado, la molienda y la mezcla, se recitan cánticos. Esos
ritos y esas canciones, tienen bellas explicaciones que se remontan a la
mitología de las tribus. Salta a la vista que consumen la coca, pero no su conocido
derivado: la cocaína. Lo que ellos consumen es extracto de coca, que es muy
diferente.
El eminente científico
Wada Davis, antropólogo y explorador, botánico reconocido mundialmente, dice en
su obra “El río”: “El químico corso Angelo Mariani estaba de acuerdo. En 1863,
patentó el Vin Tonique Mariani, una mezcla de extracto de coca y vino tinto de
Burdeos que, de inmediato, causó sensación. Mariani, por cierto, tiene la
curiosa distinción de ser la única persona responsable de que dos presidentes
de los Estados Unidos, un Papa y por lo menos dos Monarcas europeos se
aficionaran a la coca. El Papa León XIII tenía el hábito de llevar siempre
consigo un frasco de bolsillo con el vino tónico, y era tan adicto a la bebida
que condecoró a Mariani por sus méritos. El achacoso expresidente
norteamericano Ulyses S. Grant se tomó una cucharadita diaria en leche durante
los últimos cinco meses de su vida. Entre otros entusiastas que le enviaron a
Mariani caratas en homenaje se contaron el presidente William Mchinley, el zar
de Rusia, el príncipe de Gales, Thomas Edison, H. G. Wells, Julio Verne,
Augusto Rodin, Henrik Ibsen, Emile Zola y Sarah Bernhardt.”
Ese eminente científico
norteamericano contemporáneo continúa su relato narrando, en su referido libro,
las bondades del extracto de coca mezclado con dulces, cigarrillos, jarabes etc.,
hasta llegar a ser “el vino de los atletas”, “la bebida de quienes buscan la
longevidad y la eterna juventud”; cuenta su transición de “vino francés de
coca”, con la adición de la nuez de cola y aceites cítricos y el reemplazo del
vino con la soda, en la mundialmente conocidísima Coca-Cola, de perdurable imperio.
Queda así en claro que
una cosa es la coca como la han comido por centurias los incivilizados indios,
y otra la cocaína, que consumen los pueblos más civilizados del planeta, en muy
distinta forma a que aquellos la comen, estos la inhalan o se la inyectan. Es
algo parecido a lo que ocurre con el café: una cosa es tomar su extracto,
mezclado con leche, al desayuno, o en nuestro insuperable tinto o negrito como
dicen los venezolanos, que nos estimula a cualquier hora del día y otra muy
distinta si lo consumiéramos convertido en cafeína.
Igual pasa con las
imprescindibles papas o patatas, como
dicen los españoles, una cosa es comerlas en ajiaco, en sancocho, en viudo, en tajadas, en potatoes chips
o en simples papas saladas y otra muy distinta si consumiéramos su principio
activo por gramos, como se hace con la cocaína.
El otro vegetal es la
Ayahuasca, como se llama en lengua Quechua, o Yagé, como la llaman nuestros
indios: es un bejuco que recibe varios nombres más o menos sinónimos, dados por
los científicos que de él se han ocupado: “bejuco de la visión”, “bejuco del
discernimiento”, “bejuco de la sabiduría”, “bejuco de la iluminación” o “bejuco
del alma”, como lo llaman Richard Evans Schultes y Robert E. Raffaut, que nos
dan una idea de lo que es y de lo que con él se logra: es un alucinógeno con
virtudes proféticas. Alguna tradición dice que, mediante él, los indígenas
predijeron la llegada de los españoles.
Como en el caso de la
coca, la recolección y el consumo del Yagé tienen sus ritos:
Coge el bejuco de la selva
un Payé o médico, o chamán frecuentemente acompañado de su aprendiz, quien le
reemplazará luego en el cargo; la preparación sólo puede hacerla un hechicero y
los rituales son abundantes en danzas. El yagé se prepara macerado y luego se
cierne; el jugo así obtenido se deposita en una vasija especial, con
características propias y el líquido lo toma cada cual mediante pequeños recipientes
vegetales llamados cuyas. Produce una
borrachera, pero no como la del alcohol, sino un ensimismamiento que no causa
la ruptura con el mundo exterior, ya que quien se encuentra bajo sus efectos
puede responder coherentemente las preguntas y percibir lo que ocurre a su
alrededor. Bajo sus efectos los indígenas ven, “el yagé hace ver”, dicen, y en
efecto, ven serpientes, güios, arañas, jaguares, flores, mariposas y hasta el
sol y las estrellas; viajan al cielo y desde allá ven la tierra y a todas
personas, adquieren el poder de producir relámpagos, cambiar el tiempo y
transformarse en anacondas y jaguares; ven la historia de personajes míticos y
se ven a sí mismos como niños y más pequeños aún; tienen regresión de
experiencias pasadas y visiones del futuro, durante las cuales hallan la
solución a los casos difíciles. Cuando el yagé se ingiere colectivamente, en
comunidad, se produce un “éxtasis colectivo”, como dijo Reichel-Dolmatoff, en
el cual el grupo se sumerge en sí mismo, en su conciencia, y en su interior
contempla las fuentes mismas de su cultura. Es entonces cuando habla de todo:
la necesidad de una maloca, de un
puente, cómo y cuándo hacerlos… es cuando las cosas empiezan a hablar y las
almas se liberan.
Así viven, los indios:
en pequeños grupos nómadas, promiscuos de hombres y mujeres, de padres e hijos,
sin religión ni gobierno, sin nociones del tiempo y la familia, bajo las copas
de los árboles o en rudimentarias malocas, comiendo alimentos crudos o a lo
sumo asados, total o casi totalmente desnudos, bajo la influencia alcohólica de
la chicha y la alucinante del yagé y miles de yerbas más; sintiéndose capaces
de producir truenos, relámpagos y rayos, cual Júpiter, y convencidos de su
transformación en güios, águilas o jaguares.
Vista así su vida,
pregunto: ¿Será extraño que algunos duden de su uso de razón? ¿Será extraño que
algunos afirmen categóricamente que carecen de racionalidad? Aclaro: No todos
los indios colombianos viven así, algunos hasta han adquirido títulos en las
universidades, y han llegado a ser gobernadores, alcaldes, y senadores; pero
los Cuibas sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario