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miércoles, 25 de julio de 2012

Capítulo 41. La selva


Si el llano es grande, la selva no se le va en zaga: Casi podríamos decir que va desde el Océano Pacífico al Océano Atlántico, pero que realmente es tres veces más grande porque tiene tres niveles: el del suelo, el de las ramas de los árboles y el de sus copas, ya que en los tres hay tres formas diferentes de vida. Por ahora, limitémonos a la zona comprendida entre los cuatro grados de longitud sur y los cuatro grados de longitud norte, en que está en tierras colombianas. Es una zona grandiosa, sobrecogedora, es la puerta impenetrable de otro mundo: el mundo de los matices del verde, sólo del verde oscuro y de la humedad. Es húmeda, permanentemente húmeda; es el mundo de gigantescos árboles de miles de años, unidos por las enredaderas o lianas, que se aferran a ellos casi desde las raíces y en cuyas ramas trepan monos, micos ardillas, serpientes y jaguares y hacen sus nidos aves de mil especies. Es el mundo de los grandes ríos, de las ciénagas, de los aguajales, de los saurios, de los reptiles y de los ofidios. También de los insectos y de los arácnidos… y de los indios. Es la selva el hábitat de los indios, como el llano, obviamente, el de los llaneros. Llano y selva son limítrofes en enorme extensión, medida en kilómetros. De la selva se pasa al llano, como de la zona hidrográfica del Amazonas, el más grande de los ríos que la atraviesan, a la zona hidrográfica del Orinoco, el más grande de los ríos llaneros. Así como en el Casiquiare se besan esas dos grandes zonas hidrográficas, así sus habitantes, que en gran número son nómadas, son habitantes del llano y de la selva.
Por eso tenemos que hablar de la selva, como lo hicimos del llano.
El clima es excesivamente húmedo y caluroso. Todo en ella se sujeta el régimen de la humedad, humedad sofocante, de bruscos cambios en que frecuentemente, después de una noche lluviosa, puede venir un día esplendoroso; y a uno reluciente, seguir otro de permanente lluvia, en que el sol funde las nubes.
En sus ciénagas y pantanos, de aguas verdosas, bajo engañosa policromía de flores, ocultan sus guaridas las mismas que desesperan al hombre, y los saurios,, reptiles y peces que lo acaban en minutos.
Los habitantes humanos de la selva son ante todo y en su mayor parte indios, pero también aventureros, algunos hippies, misioneros católicos y protestantes en competencia, muy pocos científicos, algunos comerciantes demasiado ávidos de dinero y hasta desperados. En la selva el terreno no vale; pero cuidado: el trabajo esclavo sí, para quien lo impone, y lo impone el más fuerte. La violencia es el Derecho: el juez, el fiscal, el alcalde, el policía más cercano puede estar a centenares de kilómetros de distancia y nadie pone sus manos al fuego por su honestidad. Por eso los indios nacen y mueren esclavos, por eso a algunos los marcan como al ganado: con hierro candente. La tierra de la selva no es agrícola, su capa vegetal es minúscula, y si hay árboles gigantescos, es porque son milenarios; cuando se les tumba no tienen reemplazo, en el espacio que dejan apenas se pueden obtener una o dos cosechas de maíz, yuca, plátano o coca, pero nada más. Por tanto en ella el alimento, contrario a lo que se cree generalmente, es escaso en vegetales y en animales y como no hay medios de conservación para los animales, la pesca y la caza tienen que ser diarias. De ahí que la alimentación de sus habitantes, particularmente de los indios, sea tan precaria: raíces, particularmente yuca, chontaduros, peces y tal cual ave que se consumen, por lo general, crudos o simplemente asados, y huevos y larvas de comején. Esto, en ocasiones, complementado con el mambeo de la coca, que les calma el hambre y, a veces, del yagé y otras yerbas alucinógenas que los hacen sentirse fuertes como el jaguar, y poderosos como el rayo. Entonces son, además, clarividentes: al menos del lugar en donde está la caza.
A manera de anécdota puedo agregar que la primera vez que viajé a Miraflores, en el Vaupés, desayuné con chocolate en leche, pan y huevos de gallina, porque llevamos de Bogotá el chocolate, la leche, el pan y los huevos, en el avión.
En el llano se percibe la inmensidad de Dios: en la selva, la pequeñez del hombre.

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