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sábado, 4 de agosto de 2012

Capítulo 50. Un tris de magia


Piensan algunos que este homicidio múltiple, dados el número de víctimas, la forma engañosa como se les atrajo, el empleo de alimentos en el asesinato y la muerte violenta y sin piedad que se les dio a los indígenas, fue un acto de magia, una especie de “misa negra”.
Ciertamente en el llano, como en todas partes del mundo, en Bogotá, en París, en Londres, en Nueva York y en Roma y en todos los tiempos, hay magos y brujos. Gallegos, en su inmortal “Doña Bárbara” dice: “Esa es la mujer que ha traumado a muchos hombres y que no trambuca con sus carantoñas, lo compone con el bebedizo o la amarra a la pretina y hace con él lo que se le antoje, porque también es faculta en brujerías…”
También la iniciaron en sus tenebrosas sabidurías  toda la caterva de brujos que crea la bárbara existencia de la india. Los ojeadores que pretenden producir las enfermedades más tenebrosas y extrañas  solo con fijar sus ojos maléficos sobre sus víctimas; los sopladores que dicen curarla aplicando su milagroso aliento sobre la parte afectada o dañada del cuerpo del enfermo; los ensalmadores que tienen oraciones contra todos los males y les basta murmurarlas mirando hacia el sitio donde se halla el paciente, así sea a leguas de distancia, todos le revelaron sus secretos y a vuelta de poco las más groseras y extrañas supersticiones reinaban en el alma de la mestiza… pero en  este caso no hay brujerías ni magia, sino un rito que se ha vuelto costumbre: el de incinerar los cuerpos de animales que han sufrido rito similar.
                       

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