Piensan algunos que este
homicidio múltiple, dados el número de víctimas, la forma engañosa como se les
atrajo, el empleo de alimentos en el asesinato y la muerte violenta y sin
piedad que se les dio a los indígenas, fue un acto de magia, una especie de
“misa negra”.
Ciertamente en el llano,
como en todas partes del mundo, en Bogotá, en París, en Londres, en Nueva York
y en Roma y en todos los tiempos, hay magos y brujos. Gallegos, en su inmortal
“Doña Bárbara” dice: “Esa es la mujer que ha traumado a muchos hombres y que no
trambuca con sus carantoñas, lo compone con el bebedizo o la amarra a la
pretina y hace con él lo que se le antoje, porque también es faculta en
brujerías…”
También la iniciaron en
sus tenebrosas sabidurías toda la
caterva de brujos que crea la bárbara existencia de la india. Los ojeadores que
pretenden producir las enfermedades más tenebrosas y extrañas solo con fijar sus ojos maléficos sobre sus
víctimas; los sopladores que dicen curarla aplicando su milagroso aliento sobre
la parte afectada o dañada del cuerpo del enfermo; los ensalmadores que tienen
oraciones contra todos los males y les basta murmurarlas mirando hacia el sitio
donde se halla el paciente, así sea a leguas de distancia, todos le revelaron
sus secretos y a vuelta de poco las más groseras y extrañas supersticiones reinaban
en el alma de la mestiza… pero en este
caso no hay brujerías ni magia, sino un rito que se ha vuelto costumbre: el de
incinerar los cuerpos de animales que han sufrido rito similar.
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