Hay otro personaje en el
llano y en la selva de que hemos hablado: el desperado.
Este vocablo ya no
existen en lengua castellana, pero aún lo usan los modernos penalistas. El
diccionario de la Real Academia Española lo cataloga como voz antigua y le da
significado de otro parecido: desesperado, del que ciertamente, conserva
algunos rastros, pero es algo más: Su significado es otro, algo así como outlaw o forilegge, sus traductores aclaran que no es precisamente lo mismo.
En la génesis del concepto se remonta a los lobos, los toros salvajes y los
caballos indomables: “El maligno, feroz y astuto lobo”, “El caballo que arroja
al suelo a todos los jinetes”. El desesperado es un ser humano marcado por la
naturaleza desarrollado a través de especiales circunstancias de vida.
Algún penalista ilustre
dice: “Instintos de lobo se apoderan de los hombres en territorios americanos
no civilizados.” Habría sido más exacto quitándole el calificativo de
americanos. Por lo general son hombres que delinquieron y para no dar con sus
huesos en la cárcel, huyeron. Por si mismos se expatriaron de la comunidad en
que nacieron buscando refugio, en la impenetrable selva y en el llano infinito;
perseguidos real o imaginariamente, generalmente lo último por que el Estado no
tiene manera de perseguirlos en kilómetros y kilómetros de tierra inhóspita, se
precipitan en situaciones peligrosas, saltando de un escondrijo a otro, siempre
en defensa propia, cayendo en una forma
de vida reducida, de manifiesta indiferencia a la vida humana, propia o ajena,
que pudiéramos llamar un intento continuado de suicidios interrumpido por
robos, violaciones y asesinatos que casi pudiéramos calificar de fortuitos,
porque bajo esas circunstancias ambientales han transformado su psiquis en
forma regresiva: no razonan, se defienden como serpientes. Son hombres sin Dios
ni ley de quienes todo se puede esperar.
Los desperados abundan en nuestra
literatura: lo son Arturo Cova, el personaje de “La Vorágine” de José Eustacio
Rivera, obra en cuyas dos primeras dos líneas dice: “Antes que me hubiera
apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar, y me lo ganó la
violencia…”, lo es su compañera Alicia, ambos tuvieron que huir de Bogotá al llano
por el grave delito de amarse sin haberse casado: lo es Doña Bárbara, el
personaje central de la obra de Rómulo Gallegos que lleva su nombre: “Tenga
mucho cuidado con doña Bárbara…. Váyase con tiento: esa mujer tiene su
cementerio”, lo son Negro Malo y Pedro
Miguel, personajes de otra obra de Gallegos: “Pobre Negro” y ¿no lo será acaso
el sargento que hizo asesinar a bayoneta, inclusive a las pollitas, a la familia de vaqueros que lo pasaron de orilla a
orilla del bravío y caudaloso río, para que sus perseguidores no tuvieran quién
los pasara?
¿No lo es Jorrés o
Alfaniz, personajes de Julio Verne en “El soberbio Orinoco”? ¿y de pronto,
quizás, tal vez, no lo serán el sargento Marcial que, fusil en mano, salió de
París para los llanos de Venezuela a matar Cuibas y demás “feroces indígenas
del Orinoco” en busca de su coronel, el coronel de Kermor del ejército francés,
o padre Esperante, de la misión de Santa Juana, que formó una compañía de guaharibos
o Guajibos “disciplinados, instruidos en el manejo de las armas… provistos de
fusiles modernos, con municiones, hábiles tiradores… pues poseían la visita del
indio… que da seguridad a la misma y no dejaban posibilidad de éxito a un
ataque que no podía cogerles desprevenidos…” como lo demostraron cuando
Alfenis, sus cómplices de presidio y sus aliados Cuibas lo intentaron?
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