Páginas

domingo, 22 de julio de 2012

Capítulo 38. El opio del pueblo y de sus gobernantes


Sin dejar de considerar el impacto psicológico y táctico de los caballos, las armaduras y las armas de fuego, totalmente desconocidos por los aborígenes; sí pensamos en la magnitud, en la calidad, en la riqueza y en la organización tanto del mundo de los aztecas como del de los incas, éste con vías de más de 2.000 kilómetros, que tenían ciudades dignas  de ese nombre por su magnitud, templos y palacios, que acreditan su calidad de vida y gran desarrollo; la existencia de monarquías antiguas, con clases gobernantes, sacerdotal y militar, comparables a las de otros pueblos de la antigüedad, dominadores, como ellos, de muchos otros pueblos, sorprende que Hernán Cortes, con solo trescientos hombres y dieciocho caballos y que Francisco Pizarro, también con pocos hombres y pocos caballos, hayan conquistado y zaqueado los vastos imperios de los Aztecas y de los Incas y, sobretodo, sorprende que siendo guerreros ambos pueblos, lo hayan hecho sin librar siquiera batalla que merezca ese nombre. Pero si pensamos que Moctezuma II, antes de ser Emperador de los Mexicas, había sido sumo sacerdote y que las profecías tanto del pueblo Inca como el del pueblo Azteca, hablaban de que vendrían de oriente unos hombres blancos, barbudos y de pelo claro, que eran los antiguos dioses que al emigrar habían anunciado que volverían por la ruta de oriente, se entiende que los recibieron como tales, con amabilidad, respeto y sumisión y cabe recordar la conclusión de Marx: “La religión es el opio del pueblo.”. A México y al Perú y mayormente al resto de la “Tierra firme” no los conquistaron las armas de los españoles ni de las de los alemanes: Lo hicieron las profecías de sus mayores y sus creencias religiosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario