Otro factor de
influencia en el asesinato no solo de los indios Cuibas, sino de los indios en
general, es la esclavitud.
La esclavitud ha existido desde los albores de
la humanidad, hasta nuestros días aunque no de la misma manera: Esclava fue
Agar, remotísima antepasada del pueblo musulmán, en la antigua Caldea; esclavos
fueron los judíos de los egipcios, desde antes de Moisés: acordémonos que José
fue vendido como tal por sus hermanos; esclavos fueron los judíos hasta cuando
Moisés los liberó; en la antigua Grecia hasta filósofos notables como esclavos
fueron maestros; en Roma la esclavitud fue pan de cada día; solo así pudieron efectuarse
las fiestas del coliseo, que eran la diversión preferida de todos, principiando
por el emperador, que las presidía, hasta el populacho: Recordemos el dicho: “pan
y circo”.
En la América, la ha
habido cuando menos, desde la conquista española: Recordemos como Cristóbal
Colón envió un lote de esclavos a España y la solicitud a los reyes católicos
de esclavizar a los pueblos recién descubiertos.
A la llegada de Cortés
a México encontró que los mexicas hacían la guerra a los pueblos vecinos para
obtener esclavos que serian los sacrificios humanos a sus dioses; y lo mismo
puede decirse del Perú, que conquisto Pizarro. Distinta fue la esclavitud a que
los españoles sometieron a los mexicas, según puede verse en uno de los
admirados frescos de Diego Rivera: a un indígena lo tienen encadenado y arrodillado
y unos soldados españoles se aprovecharon para sacarle los ojos.
En la antigua Grecia se
esclavizaron filósofos, para nombrarlos preceptores, inclusive del príncipe
heredero, como ocurrió con Alejandro, luego llamado el grande. La esclavitud de
entonces está bien descrita en una de las críticas a Pericles, hecha por uno de
sus contemporáneos: “Es realmente extraordinario que en Atenas no sea permitido
pegar a los esclavos y a los extranjeros, pero yo os explicare la razón de esta
costumbre: si se permitiere pegar a los esclavos, muy a menudo ocurriría que un
ciudadano con todos sus derechos recibiera los golpes, pues que en el pueblo de
Atenas no se distinguen por su vestido los esclavos o forasteros, ni hay
ninguna apariencia de superioridad para los hombres libres…”
Siglos después, en la
culta Europa, un hombre que tuvo éxito en sorprender y quemar aldeas, mutilar,
asesinar, capturar y vender a sus inocentes habitantes, fue exaltado a la
nobleza y al escoger su escudo de armas, puso la figura de un esclavo negro
arrodillado y encadenado. Pero de esa misma tierra, años después, salieron dos
fuerzas: una que habría podido perpetuar la esclavitud, el industrialismo, que
estimuló inmensamente la demanda de materia prima barata, y la democracia que
acabo con ella.
Veíamos como, desde la
más remota antigüedad, ha existido la esclavitud con distintos fines
secundarios: procurar víctimas para los sacrificios humanos a los dioses,
preceptores a las nuevas generaciones, transportadores de vituallas y armas
para la guerra, etc. En general, para tener mano de obra barata para la
explotación de la tierra y en la satisfacción de las necesidades. Contra esta
institución, también desde tiempos remotos, por razones humanitarias, ha habido
oposición y lucha clara: lo hemos registrado en la negativa de los reyes católicos
a la propuesta de Colón de esclavizar los pueblos que acaban de descubrir; y en
las leyes indias, que como también acabamos de verlo, ocasionaron la primera
guerra civil del virreinato del Perú, que pudo haberle costado la independencia
de ese inmenso y rico territorio a la corona de Castilla.
Con el correr del
tiempo, de Inglaterra, surgieron dos ideas sociales dinámicas: el industrialismo
y la democracia, que golpearon fuertemente a la esclavitud: la primera, el
industrialismo, estimuló inmensamente la demanda de materia prima barata, que
producía el trabajo de los esclavos en las plantaciones. “Puede decirse con
certeza, dice Toynbee, que si en la lucha contra la esclavitud el impulso del
industrialismo no hubiera sido ampliamente neutralizado por el de la
democracia, el mundo occidental no se había librado de la esclavitud tan
fácilmente”. La segunda, la democracia, como acabamos de consignarlo, venció a
la esclavitud. Los estadistas que eran dueños de esclavos, tales como
Washington y Jefferson, no solo lamentaron la institución, sino que tuvieron
una visión bastante optimista de las perspectivas de su extinción pacifica en
el siglo siguiente. A esos dos nombres podemos agregar el de todos los próceres
latinoamericanos: Bolívar, San Martín…
Paralelamente se puso
en marcha un movimiento contra la esclavitud en Estados muy diferentes del
mundo occidental en que lograron cantidades de triunfos pacíficos; pero hubo
una importante región en que el movimiento antiesclavistas fracasó: la llamada
“cintura de algodón”, en los estados del sur, de los Estados Unidos de América
que hubo de pagarse con una guerra civil cuyos efectos fueron devastadores,
pero gracias a que vencieron los enemigos de la esclavitud, esta fue desalojada
de su última fortaleza occidental; y es cosa de tomar muy en cuenta, que
Lincoln, el principal autor de la supresión de la esclavitud, sea considerado
como el más grande de los estadistas democráticos. Podemos concluir que la democracia
es la expresión política del humanitarismo y que el humanismo y la esclavitud
son enemigos mortales. El espíritu democrático impulsó el movimiento
antiesclavista.
En esta tierra que hoy
se llama Colombia, no hubo imperios comparables a los Aztecas, los Toltecas o
los Mayas, ni a los Chavines ni a los Incas, de modo que la historia no
registra ocurrencias como las que acabo de narrar; pero la esclavitud de los
indios existió, quizás relativamente suave, si se compara con las de otros
pueblos, pero existió y aún existe. Las Leyes de Indias prohibían expresamente
la esclavitud, pero en virtud del aforismo “se obedece pero no se cumple”, la
esclavitud subsistió. Recordemos que Carlos I de España y V de Alemania nombró
como primer virrey del Perú a don Blanco Núñez Vela con el especial encargo de
hacer cumplir las nuevas leyes u ordenanzas, relativas a la libertad de los
indios , que entre otras cosas, mandaban: “Que por ninguna causa se pueda hacer
esclavo indio alguno, sino que sean tratados como vasallos reales de la Corona
de Castilla”; “Que ninguna persona se pueda servir de los indios contra su
voluntad” y “Que no se cargue a los indios y si en alguna parte no se puede
excusar, sea la carga moderada y que se les pague su trabajo y que lo hagan
voluntariamente.”
Las nuevas leyes
estaban inspiradas, evidentemente en los más puros sentimientos de humanidad,
pero no se había previsto que su inmediata aplicación acarrearía los más serios
problemas. Por ellos se comprende, sin dificultad alguna, la tenaz negativa de los
conquistadores a dar libertad a los indios que tenían trabajando para ellos en
sus encomiendas y minas; si también que eran los indios los encargados de
transportar las armas y bastimentos en las expediciones guerreras en que los
soldados marchaban por selvas inexploradas y terrenos pantanosos en que tenían
que luchar contra los enemigos humanos y la naturaleza.
Blasco Núñez Vela,
desde que llego a Panamá empezó a cumplir las ordenanzas, poniendo en libertad
a todos los indios, desoyendo los consejos de los oidores y magistrados; pero
los conquistadores pensaban que eran ellos quienes habían conquistado las
tierras del Nuevo Mundo que luego habían dado a la Corona española y que, por
tanto las encomiendas, minas y repartimientos de indios, eran una merecida
recompensa, razón por la cual no estaban dispuestos a cumplir los mandatos del
Virrey. Este enfrentamiento ocasionó la primera guerra civil: los descontentos
se unieron en defensa de sus intereses y eligieron como su jefe a don Gonzalo
Pizarro, a quien dieron el título de Procurador General del Perú, para imponer,
con las armas en la mano, la suspensión de las nuevas leyes. La revolución
triunfó, el Virrey Blasco Núñez Vela, tuvo que huir, y terminó refugiado en
nuestra querida Popayán en tanto que Gonzalo Pizarro dominaba todo el recién
creado virreinato del Perú y si no se proclamó Rey del Perú, como se lo
aconsejaron sus inmediatos, fue porque en él, sobre la ambición, primó su
lealtad a España y a su rey: Su alzamiento no era contra el rey, dijo, sino
contra las nuevas leyes.
En Colombia eso no
sucedió aunque si se practicó el principio de “se obedece pero no se cumple”
cuyas repercusiones ya veremos en el proceso de los Cuibas. Aquí en la colonia,
se esclavizó a los indios teniéndolos como trabajadores sin sueldo de las
encomiendas o fincas, diríamos hoy, y de las minas; y más tarde, cuando se
proclamó la independencia de España, las cosas, de hecho, no cambiaron. La
independencia de la Nueva Granada fue en 1810, pero la libertad de los indios
solo se proclamó en 1851. Todavía en 1843 el congreso de Colombia autorizó por
la ley de la Repblica la venta esclavos pertenecientes a los prohombres
colombianos, en el mercado del Perú. Por eso don Miguel Antonio Caro, el
humanista ilustre, el jurista que redactó la Constitución de 1886, hizo callar
a su adversario don Julio Arboleda, otro prohombre apostrofándolo: “¡Cállese el
vendedor de carne humana!” y en los tiempos actuales, claro que sin
autorización legal, porque la ley proclama que “todas las personas nacen libres
e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades
y gozarán de los mismos derechos…” es un hecho que en esta región de la
Amazonía y la Orinoquía, de que nos hemos venido ocupando, aún se marca con
hierro candente, como al ganado, a los indios, para indicar a quienes
pertenecen, quienes son sus propietarios.
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