Páginas

miércoles, 1 de agosto de 2012

Capítulo 47. Un presidente de Colombia antropófago


Si antropófago es quien come carne humana, voluntaria o involuntariamente, con gusto o con repugnancia, yo no sé, tengo que decir que uno de nuestros mejores Presidentes de la República, o por lo menos de los más controvertidos, fue antropófago. No fue él un hombre común, fue extraordinario: en tiempos en que no había caminos, se recorrió el país a pié, fundó pueblos, fomentó el comercio, traspasó las fronteras, soñó con un ferrocarril interamericano que uniera los dos polos. Escribió un libro bilingüe, en castellano y en francés, que era el idioma de las gentes cultas de esos tiempos, en que narra sus aventuras con sus hermanos y hace apreciaciones ciertamente valiosas.
Cuenta el autor que en el sur de Colombia, más concretamente en lo que hemos venido llamando, en este proceso la Amazonía, unos indios cazaron a uno de sus hermanos y se lo comieron. Y agrega que, a pesar de tan doloroso incidente, él resolvió continuar el viaje iniciado, sus observaciones e investigaciones y cómo, a raíz de eso, su guía, un indígena de la región, en un momento dado, le dijo que hasta ahí lo acompañaba. Al averiguarle el motivo, díjole el indígena guía que porque en ese lugar principiaba el dominio de los indios antropófagos.
Sin guía, el expedicionario que, como se ve, era hombre valiente y de resoluciones firmes, resolvió continuar sólo la exploración. Cayó en manos del Cacique “Manoetigre”, si mal no recuerdo, que quedó algo así como hipnotizado ante la ante la presencia de aquel hombre blanco, barbado, de ojos azules, de porte marcial, intrépido y valiente, y lo recibió no sólo con manifestaciones de amistad sino de complacencia por su visita. Cuando tal cosa leí, recordé el recibimiento que Monctezuma II hizo a Hernán Cortés cuando éste llegó a México; Manoetigre lo invitó a un banquete en que se sirvió como plato principal un indio que, imagino yo, fue preparado a manera de lechona. Y al visitante le tocó hacerle los honores al plato porque ¿Quién se atreve a despreciar una atención de un cacique antropófago en su propio cacicazgo?
No he dicho yo que el invitado se hubiera comido gustoso y menos que hubiera pedido repetición de su plato de “indio-lechona” o lechona de indio, sino simplemente que le tocó participar del banquete.
Tiempo después, leyendo “El otoño del Patriarca” recordé este episodio al encontrar el relato de una ceremonia parecida en que el anfitrión era nada menos que el Patriarca, con el agravante de que el difunto que se servía adobado y adornado con sus más altas condecoraciones, no era un hombre cualquiera, sino nada menos que su más apreciado Ministro que cometió el error de discrepar de las opiniones del señor Presidente vitalicio, su compadre, por más señas.
Mucho me temo que si nuestro personaje hubiera rechazado la fina atención del Cacique, hubiera sido el plato del siguiente banquete aunque, repito, nuestro expedicionario, nuestro héroe dio pruebas de valor y tenacidad. Cuando alguien se atrevió a sindicarlo de haber vendido miles de indios como esclavos en el Perú, le hizo frente, logró la condena del denunciante y aunque este huyó de la región más meridional  de Colombia a la más septentrional, Panamá, allá lo persiguió y se dio el placer morboso de ejecutar él mismo la sentencia. Él fue quien haló la soga con que se ahorcó a ese atrevido. Y, cuando más tarde fue Presidente de Colombia y luego dictador y sufrió un atentado, terminó éste con la ejecución de los conspiradores que fueron ejecutados en las cercanías de los terrenos que hoy ocupa la Pontificia Universidad Javeriana. Me he referido a nuestro tanto más admirado cuanto controvertido General Rafael Reyes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario