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jueves, 2 de agosto de 2012

Capítulo 48. Cállese el vendedor de carne humana


Don Miguel Antonio Caro, “el cerebro mejor organizado que ha dado esta tierra”, cuyo saber fue vastísimo pues abarcó casi toda la gama de los conocimientos, lingüista excepcional, gramático aún muy respetado del Castellano y del Latín, jurista tan emérito que fue el autor de la Constitución Política de Colombia de 1886, la única que vivió más de cien años, presidente de la República, de los memorables, en pleno hemiciclo del Senado, silenció en esta forma humillante y lapidaria a otro grande de la sociedad y de la poesía de Colombia, a Don Julio Arboleda: “Cállese el vendedor de carne humana.”
¿Por qué apostrofó así el humanista al bardo? Porque Don Julio, amparado en Ley de 1843, promulgada cosa de treinta años después de iniciada la vida independiente y republicana de Colombia, pero con nombre propio, como desde entonces hasta los años que corren, es costumbre aquí cuando hay que favorecer a determinados “patriarcas”, vendió 8.000 indios. Ya hemos visto lo que hizo años después, otro de los grandes de Colombia: el General Rafael Reyes, vendió sus indios esclavos, como tales en la limítrofe y hermana República del Perú.
La forma de gobierno había cambiado, pero las costumbres eran las mismas y aún peores puesto que los reyes de España, principiando por los Reyes Católicos, nunca autorizaron la esclavitud de los indios, como lo prueban las Leyes de Indias y la insurrección contra don Blasco Núñez Vela, el primer virrey del Perú, nombrado por Carlos I de España y V de Alemania, con el especial encargo de hacer cumplir las nuevas leyes, sus ordenanzas, relativas a la libertad de los indios. “Nada valen las leyes sin las costumbres”, dijo Cicerón.
Lo mismo ha pasado en Colombia, en Venezuela, en el Ecuador, el Perú… Recordamos a Huasipungo, el informe de Sir Roger Casement al Foreign Office, La Vorágine, Doña Barbara, El Soberbio Orinoco, Los Césares de la decadencia, y comprendemos como aunque la ley colombiana, tan desconocida en la Amazonía y la Orinoquía como la de Dinamarca, la de Noruega, la de Irán o la del Tíbet, no permite matar indios, los procesados dicen la verdad cuando afirman: “no sabíamos que matar a los indios era malo”, o “ Los racionales somos los blancos, los irracionales los indios”, dicho por una zamba.



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