Don Miguel Antonio
Caro, “el cerebro mejor organizado que ha dado esta tierra”, cuyo saber fue
vastísimo pues abarcó casi toda la gama de los conocimientos, lingüista
excepcional, gramático aún muy respetado del Castellano y del Latín, jurista
tan emérito que fue el autor de la Constitución Política de Colombia de 1886,
la única que vivió más de cien años, presidente de la República, de los
memorables, en pleno hemiciclo del Senado, silenció en esta forma humillante y
lapidaria a otro grande de la sociedad y de la poesía de Colombia, a Don Julio
Arboleda: “Cállese el vendedor de carne humana.”
¿Por qué apostrofó así
el humanista al bardo? Porque Don Julio, amparado en Ley de 1843, promulgada
cosa de treinta años después de iniciada la vida independiente y republicana de
Colombia, pero con nombre propio, como desde entonces hasta los años que
corren, es costumbre aquí cuando hay que favorecer a determinados “patriarcas”,
vendió 8.000 indios. Ya hemos visto lo que hizo años después, otro de los
grandes de Colombia: el General Rafael Reyes, vendió sus indios esclavos, como
tales en la limítrofe y hermana República del Perú.
La forma de gobierno
había cambiado, pero las costumbres eran las mismas y aún peores puesto que los
reyes de España, principiando por los Reyes Católicos, nunca autorizaron la
esclavitud de los indios, como lo prueban las Leyes de Indias y la insurrección
contra don Blasco Núñez Vela, el primer virrey del Perú, nombrado por Carlos I
de España y V de Alemania, con el especial encargo de hacer cumplir las nuevas
leyes, sus ordenanzas, relativas a la libertad de los indios. “Nada valen las
leyes sin las costumbres”, dijo Cicerón.
Lo mismo ha pasado en
Colombia, en Venezuela, en el Ecuador, el Perú… Recordamos a Huasipungo, el
informe de Sir Roger Casement al Foreign Office, La Vorágine, Doña Barbara, El
Soberbio Orinoco, Los Césares de la decadencia, y comprendemos como aunque la
ley colombiana, tan desconocida en la Amazonía y la Orinoquía como la de
Dinamarca, la de Noruega, la de Irán o la del Tíbet, no permite matar indios,
los procesados dicen la verdad cuando afirman: “no sabíamos que matar a los indios era malo”, o “ Los racionales
somos los blancos, los irracionales los indios”, dicho por una zamba.
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